domingo, 27 de marzo de 2011

El tierno Ankylosaurus

Quizá pocos de vosotros sepáis exactamente que es un Ankylosaurus. La mayoría de los lectores seguramente dirán que se trata de alguna clase de dinosaurio, y además pensará que hace falta un puntito friki para conocerlo por su nombre. Es posible que si doy algún dato mas sobre el, todos podamos ponerle cara, ya que va a ser el protagonista de la entrada de hoy.


Fue un dinosaurio herbívoro del periodo cretáceo y es conocido como el "lagarto acorazado". Esta mole alcanzaba los 9 metros de largo aproximadamente y llegaba a pesar unas 6 toneladas. Por si su enorme tamaño no fuera ya bastante arma contra los depredadores, el Ankylosaurus tenia toda la espada cubierta de grandes protuberancias y placas óseas incrustadas en su piel, que actuaban a modo de defensa. Además disponía en el extremo de su cola, de un pesado mazo con el que era capaz de romper los huesos de sus atacantes. Vamos que nuestro querido amigo era una especie de tanque defensivo de la era cretácea, el sueño de todo miserable armadillo.


¿A quien no le gustaría parecerse un poco a esta bestia? Una defensa así debe ser difícil de penetrar, ¿no? ¿Quien podría atacarnos con ese blindaje? No estaría mal sentirnos invulnerables para variar.

Aunque en realidad, en el fondo todos  somos portadores de ese tipo de armadura, solo que la llevamos a otro nivel, a un nivel mas interior, que afecta mas a los sentimientos, que a lo físico. Lamentablemente maduramos a base de golpes, tropezando una y otra vez con las mismas piedras. Pueden ser mas grandes, mas duras, o estar compuestas de una mayor o menor cantidad de arcilla, pero al final no dejan de ser eso... piedras. A diferencia de lo que pueda pensar la sabiduría popular acerca de que no aprendemos de los errores y que el hombre es el único animal que tropieza dos veces sobre la misma piedra, yo creo que si que se aprenden pequeñas lecciones, solo que a un nivel tan intimo... tan interno, que son casi imperceptibles. Y son estas lecciones subconscientes las que van formando esa coraza que consigue que, poco a poco, las cosas nos duelan un poco menos. 

Todos conocemos este tipo de comportamiento, y en mayor o menor medida hemos actuado al son que nos ha marcado nuestro chaleco antibalas. ¿Quien no conoce a alguien así? ¿Quien no tiene en su entorno a alguien que es el claro ejemplo de una armadura bien llevada? ¿Cuantas veces hemos envidiado a nuestro amigo acorazado por poder dejar que los problemas le resbalen sin mancharle? Una coraza es un gran tesoro, por eso considero que nuestro querido Ankylosaurus, se merece una entrada en este blog. Habría que ser idiota para no desear ser un Ankylosaurus...



Bien... pues es aquí donde yo me declaro un idiota, ya que hace pocos años, yo deje caer la mía. No digo con esto que no tenga mis defensas, que seguro que si, lo que quiero decir es que en un momento de mi vida fui consciente de que la coraza que me defendía era la que me hundía a su vez en el fondo de un océano cada vez mas profundo, y en ese momento conseguí librarme de ella, o al menos de la parte de ella de la que fui consciente. Las corazas pesan... pesan mucho y te lastran. Te hacen frío y van apagando poco a poco tu capacidad de amar y de sentir.

Por suerte para mi querido amigo prehistórico, su coraza era solo física, y seguro que era de lo más tierno





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