La humanidad se apaga. La gente se disuelve en sus propias vidas. Vidas tristes, vidas grises, vidas muertas. Ya no hay gente sin ojeras. Ojeras como marcas de latigazos, forjadas a golpe de despertador. Miradas vacias, en rostros apesadumbrados. Miradas dirigidas hacia el suelo, como buscando el agujero en el que tirarse y desaparecer. Pasos lentos que arrastran los grilletes de una rutina que ahoga, y que dirigen a lo menos malo. La angustia de la falta de tiempo para el ocio y de su exceso para la prisa de lo inevitable. La gente ha decidido no soñar por miedo a los monstruos que habitan debajo de la cama de la decepcion, por miedo a la pesadilla del mañana, del hoy, del ayer, del nunca jamas.
Texto recuperado de mi perfil de Facebook. 23 de octubre de 2009
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